Europa ante un desafío (I): nuestra posición frente al exterior.

"Una Europa que no responde en las adversidades"

Lejos está quedando el espíritu primitivo y fundacional de la vieja Unión Europea. El continente, que buscaba unir intereses, fuerzas y lazos de futuro tras la segunda guerra mundial, ha tornado en la mazmorra perfecta para controlar a una parte de los países europeos con soberanía delegada. 

Ha tenido que llegar una profunda crisis financiera y económica para que todas las buenas intenciones del club europeo salten por los aires. Los criterios de estabilidad, relajados en algunas épocas y obviados en otras, son requisitos mínimos para aceptar o rechazar la inclusión de ciertos candidatos. Los mismos que han sido pasados por alto en cuanto a su seguimiento una vez dentro del club, dependiendo del destinatario. 

Si hemos decidido caminar juntos y cooperar, es para hacerlo en los buenos y en los malos momentos,  esa es nuestra fortaleza, algo no entendible por aquellos países cuyos mandatarios tratan de hacer negocio de la debilidad de sus aliados. 

España ha vivido décadas de auge, pero también de derroches y ostentosidad, errores del pasado, sí, pero con unos efectos más presentes que nunca. Ahora dependemos del exterior para financiarnos, y aquellos que nos prestan el capital, para poder seguir manteniendo la liquidez del Estado, son los que ponen las condiciones para la devolución. Pero las condiciones no pueden convertirse en el arma perfecta para destruir la competitividad, el posicionamiento estratégico en ciertos sectores y la estabilidad de un país frente a sus socios. 

No existe Unión desde el mismo momento en que no hay una voz única y autorizada que establezca una política económica, fiscal y bancaria en función de las necesidades de todos los países miembros. El órgano responsable de dicha coordinación financiera y económica es el Banco Central Europeo, en el que los países aliados han depositado una parte de su soberanía. Su mandato no es ser el sustituto del Deutsche Bundesbank, sino representar por encima de todo los intereses conjuntos de la Zona Euro. Aunque la realidad palpable es muy distinta, ya que el BCE acompasa siempre sus decisiones única y exclusivamente a las pretensiones de la República Federal Alemana. 

Si la Unión Europea pretende ser un mercado único, debe responder, también en las adversidades, de manera conjunta. Lo contrario es crear incertidumbres y ataques sobres las naciones que no están en disposición unilateral de afrontar la situación por la que atraviesan.
La visión cortoplacista y arriesgada de Alemania, que demanda casi hasta el estrangulamiento una rentabilidad por su ayuda a los países miembros en dificultad, supone una bomba contra el futuro de la Unión Europea. Aprovechar la debilidad de España, Grecia, Italia, Portugal e Irlanda para acometer todo un plan de colonialismo económico, no es una visión global de continente frente a los mercados internacionales. Pero todo esto puede ser aun peor, porque la debilidad territorial de Europa, en favor de un imperialismo alemán, es una verdadera agresión a la unión monetaria, a la moneda única, al Euro, en definitiva al bienestar de todos los ciudadanos europeos. La debilidad de los países antes mencionados, es la debilidad de Europa, pero también la debilidad de Alemania frente a otras potencias mundiales, porque el Euro, en definitiva, es nuestra imagen frente a los propietarios del capital, lo que hace rentable o no invertir en los mercados europeos. 

Pero no nos engañemos, nos encontramos en un punto de no retorno en la construcción europea, y Alemania lo sabe, por ello, de manera irresponsable, trata de manejar su posición coyuntural de fortaleza económica, sin pensar que en este barco vamos todos, y al final Alemania acabará afectada por todo lo que han querido utilizar en su favor. Un auténtico boomerang que terminará por volver en algún momento. Si no establecemos un protocolo conjunto de actuación, estos problemas terminarán por reaparecer una y otra vez.  

Lejos han quedado aquellos tiempos en los que Francia y Alemania incumplían los techos de déficit,  los pactos de estabilidad presupuestaria. Ningún país aliado usó en esos momentos la delicada situación económica de los mencionados países para hacer acopio de poder y de dominio. Tal vez, a principios de siglo, todavía persistía la visión más europea de lo que debían ser las relaciones entre los países miembros de la unión. Curioso resulta releer las declaraciones del Canciller Schröder en el 2003, justo cuando Alemania pasaba por la peor situación presupuestaria tras la II Guerra Mundial: ¨Algunos erróneamente ven que el espíritu del pacto es asegurar sólo la estabilidad, pero es también un pacto para el crecimiento. No debemos abandonar el objetivo de la consolidación presupuestaria, pero el objetivo del crecimiento es tan importante como el otro y a veces se le debe dar mayor prioridad. Esa es la situación en la que nos encontramos ahora¨. Declaraciones hechas desde Dresde, donde el canciller alemán, Gerhard Schröder, y el presidente francés, Jacques Chirac, lanzaron una clara advertencia al resto de los países de la UE y a la propia Comisión Europea, con respecto a hipotéticas sanciones a sus países. Odiosa comparativa con la realidad actual que pone en evidencia las vigentes exigencias alemanas.

El futuro del viejo continente reclama una Europa más sólida, más justa, más solidaria y con un objetivo común. Europa se construye entre todos, pero puede ser destruida tan solo por unos cuantos.
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