Lo acontecido con Francisco Álvarez Cascos en Asturias, es lo que viene siendo habitual y general en la elección de todos los candidatos del PP. El mayor respaldo posible hacia un candidato a representante público lo dan las urnas, la voz y el voto de todos los afiliados del partido. Lo peor de la situación generada en el seno del PP asturiano, es que encima es incuestionable la típica cacicada impositora desde Génova, olvidándose nuevamente de aquellos que debería tener la potestad de elegir.
Es cierto que no soy muy simpatizante de Francisco Álvarez Cascos, y mi opinión, siempre expresada desde que se supieron sus pretensiones de presentarse como candidato, fue la renovación y la presentación de caras nuevas en las listas del PP en dicha comunidad autónoma. Pero no por ello creo que se deba impedir a ningún miembro del partido, ni tampoco a Francisco Álvarez Cascos, el cuál ha ocupado cargos de representación pública al más alto nivel, la posibilidad de presentar su candidatura para encabezar las listas, siempre que cumpla con los avales requeridos y a la espera de lo que decidan los afiliados de la formación política.
No soy partidario del intercambio de cromos, muy habitual entre los diferentes políticos que manejan los hilos del partido en sus diferentes territorios. Tampoco de los políticos comodín, aquellos que parecen estar cualificados para desenvolver cualquier faceta, y les da igual ser concejales, consejeros de comunidades autónomas, presidentes de diputaciones o ministros, todo sea estar colocados en un lugar cómodo y vivir refugiados cuatro años más al amparo del Estado.
Me resulta complicado pensar que tenemos un Estado democrático pleno, cuando no podemos elegir a los candidatos a representantes públicos. La democracia no es solo elegir entre los seleccionados, más bien entre todos los que tienen aspiraciones de representarnos. Creo que en España todavía nos falta dar un paso más en este sentido.
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