La construcción de los pueblos y de las civilizaciones comienza por el aprendizaje educativo de sus ciudadanos, la formación de su capital humano. Muchos de los problemas sociales parten de ésta carencia, básica y fundamental para el desarrollo de un territorio. Un individuo que ha pasado por un sistema educativo de calidad no solo tiene capacidades y destrezas, también ha comprendido y asumido todo un sistema social de relaciones humanas, morales y éticas que aportan un ciudadano ordenado y civilizado a la sociedad. Un ser humano, como animal socializado que es, para que responda a unas determinadas normas de comportamiento, tiene que aprender unas pautas y unos esquemas de vida. Por ello la educación no solo es en si misma aprendizaje, sino que también conlleva la transmisión de unos valores de convivencia y socialización del individuo. Cuando las instituciones de gobierno, del ámbito territorial que fueren, mandan mensajes distintos o en contraposición a lo establecido, están generando un clima de rebeldía contra todo aquello que hasta entonces se tenía respetado, creándose irresponsablemente una crisis social e identitaria que disuelve todos aquellos patrones educativos establecidos, dejando libre la posibilidad de cuestionar todo lo hasta ahora aceptado. Es cierto que las grandes revoluciones sociales, que han propiciado el progreso de las naciones, se han forjado y fundamentado en éstos cuestionamientos, pero la bondad se convierte en problema cuando a todo este proceso de cambio va aparejada una crisis en otros órdenes de la vida, como en el plano económico o político. Es entonces cuando es peor el remedio que la enfermedad.
Centrándonos más en el plano educativo entendido como aprendizaje, mi criterio se basa en los siguientes grandes pilares: esfuerzo, superación, motivación y sacrificio. Si conseguimos generar motivación inevitablemente estaremos potenciando el esfuerzo, que no puede venir sin sacrificio, que permite finalmente que haga acto de presencia la superación. Cuando el primer elemento falla, no podemos asegurar que el sistema pueda funcionar razonablemente. Es por tanto que no es una buena vía educativa la de rebajar los objetivos para así intentar que un mayor número de alumnos los consiga, es una forma de autoengaño, que lo único que consigue es maquillar la realidad, pero que no subsana el problema de fondo. Lo importante no es cumplir con el objetivo, sino que éste sea razonable y adecuado para que nos lleve a alcanzar una calidad educativa equiparable a la que la sociedad nos está demandando, mientras tanto seguiremos matando al mensajero, el que nos está indicando que las cosas no funcionan como debieran. Facilitar la promoción o el acceso, sin cumplir con unos mínimos, solo destierra la excelencia, colocando ésta variable por debajo de los números y las estadísticas, pero sin atajar el verdadero problema, que es la baja cualificación y formación de nuestra masa laboral. En educación no es posible transigir, porque ese es el talón de Aquiles que da paso a la puerta ancha, a la devaluación de nuestro sistema y al descrédito de aquellos que realmente están preparados para rivalizar en un mundo cada vez más globalizado y competitivo. En realidad son éstos los únicos perjudicados por las políticas de consentimiento y mano blanda de aquellos que defienden que todos deben de llegar, estén o no capacitados, incluso a costa de rebajar los requisitos necesarios para la obtención de acreditaciones y titulaciones. El buen atleta no rebaja la marca para sentirse realizado por conseguirla, sino que se esfuerza por superarla, ese es el verdadero éxito, lo demás es un fracaso amparado en un engaño. Hasta el momento en el que entendamos que lo importante no es cumplir con los criterios, sino que éstos sean los correctos y exigibles, no podremos avanzar en un modelo educativo que verdaderamente explote nuestro potencial. La autoexigencia nos ayuda a mejorar, la mera autocomplaciencia por alcanzar unas metas a priori establecidas para conseguirlas nos conduce al apesebramiento.
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