España ha recibido durante éste fin de semana al Santo Padre Benedicto XVI. Pese a mi profunda convicción de Cristiano-Católico, no solo como creyente, también como practicante, no puedo dejar de remarcar que los discursos que el Papa ha pronunciado, tanto en su visita a Galicia como a Cataluña, solo hacen que alejar aún más de la institución a los que en algún momento se replantean su fe, y poco o nada acertados en una España cada vez más atea.
Los postulados seguidos por la Iglesia están muy alejados de lo que son a mi entender los ideales de una institución que debe ser apoyo, ayuda y refugio, y que en cambio es injusta, autoritaria y terrenal, corrompida por la estructura de control del poder, la sumisión y el inmovilismo doctrinal, todo ello conjugado con una intolerancia desproporcionada a todos aquellos pensamientos o comportamientos que no se ciñan al estricto mandato de la jerarquía interna dominante en el momento.
La Iglesia está muy lejos de ser imagen de Dios, de cumplir el papel que verdaderamente tiene encomendado, la experiencia de los hechos y los acontecimientos me avalan, la Iglesia se aleja de su vocación de servicio, cada vez esta más distanciada de sus fieles, de la sociedad, del día a día. Y es que, las respuestas a los retos de hoy en día, no son las mismas de siglos atrás.
Mientras no exista una voluntad clara de evolucionar, olvidándonos de las nostalgias de épocas de control y sometimiento social, no tendremos una Iglesia que esté inmersa en la actualidad, con un discurso adecuado a los tiempos actuales. Pero en los cenáculos eclesiásticos todo lo que suene a renovarse es entendido como el abandono de las ideas tradicionales y bíblicas que Jesucristo nos dejó. Nada más lejos de realidad, porque lo único que se pretende es adaptar la enseñanza de siempre a un lenguaje y a unas actitudes más acordes a los tiempos que vivimos. Pero el control y la dominación de la institución por parte de aquellos tradicionalistas, que ven en el ordeno y mando algo natural para fidelizar a las masas y dirigirlas hacia donde más les interese, hacen de la Iglesia una institución de capa vieja y poco creíble a los ojos de una sociedad cada vez más formada, cualificada y culta, que no se deja manipular ni engañar por unos dictámenes morales y místicos, revestidos de creencias y religiosidad, que lo que esconden en el fondo es continuar con la dominación y la imposición de sus doctrinas.
Muy lejos de ésta Iglesia queda la que los evangelios nos dicen que quería Jesucristo, servicial para con el ser humano, reparadora de almas perdidas y extraviadas, mensajera de la palabra y de la voluntad de Dios, protectora de los débiles y desprotegidos, facilitadora de un mundo más justo, tolerante, solidario e igualitario, y mediadora ante los conflictos bélicos perturbadores de la paz.
En cambio, una buena parte de la Iglesia se ha acostumbrado a copar aquellos lugares y eventos públicos y sociales de alto nivel, que nada tienen que ver con el papel de evangelización, sino con el establecimiento y la creación de influencias políticas, económicas, culturales... Seguramente os estéis preguntado que relación puede tener un político, un gran banquero, un empresario de prestigio... con un sacerdote, o incluso porque asisten autoridades eclesiásticas a los grandes actos de Estado.
Lo único que buscan es mantener esa supremacía y control de la sociedad, el no perder el poder de antaño. Y es que se ha perdido la capacidad de influencia que antes tenían los púlpitos sobre las decisiones políticas y sociales, sobre la propia conciencia colectiva de los ciudadanos. Para mitigar esa merma, la alta jerarquía eclesiástica, intenta mezclarse con los poderes que hoy en día dirigen los destinos de las naciones, olvidándose de su verdadero papel como ministros de Cristo.
Pero ésta manera de entender la Iglesia no solo se suscribe a las altas esferas de la curia, es una mentalidad que contamina hasta al último sacerdote de pueblo, el cual en su reducido ámbito de actuación también intenta utilizar éstas técnicas, con más éxito si cabe, ya que la conciencia social en la España rural todavía sigue considerando a la Iglesia como un ejemplo vivo de Cristo, subsistiendo un fanatismo defensor de la institución, a la cual consideran como una parte más del Estado.
Es obvio que para mantener toda ésta estructura de control sobre los que son sus creyentes es necesario tener una disciplina autoritaria y fuera de toda democracia, se hace y se dice lo que la jerarquía establecida decide que es lo correcto en cada momento, las demás opiniones que se salgan de la linea oficialista se las desautoriza o se las anula.
Sobra decir que no todos los sacerdotes, congregaciones o diferentes colectivos de la Iglesia piensan así, pero no es menos cierto que existe una cierta complicidad y aceptación en cuanto a la utilización de éstas actuaciones, que al final se acaban normalizando. Muchos son los que en círculos discretos de confianza apoyan un cambio, mirar hacia otras direcciones, una Iglesia más viva, que se mueva por la voluntad de sus fieles, pero todos callan cuando finalmente se manifiesta la política más rancia de la máxima autoridad a obedecer, restringiendo la libertad de actuación en cualquier momento.
Mucho tienen que aprenden de aquella Iglesia primitiva, la que fundaron los apóstoles de Jesucristo, cuyo único empeño era que sus hermanos conocieran las enseñanzas de Cristo, transmitir aquello que su maestro les enseñó.
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