La reforma de la Universidad Pública

La necesidad de un debate profundo sobre la educación en España es ya inaplazable. El mismo no debe centrarse únicamente en las enseñanzas medias, sino en todo el sistema educativo, y por supuesto en las enseñanzas universitarias.
Es habitual que nos llame la atención que ninguna de nuestras Universidades esté entre las mejores del mundo, siendo una de ellas, la USAL, ocho veces centenaria. Pero la realidad es que no sólo estamos ante un problema de financiación, como repiten continuamente los rectores. La Universidad pública tiene otros males que la impide ser un polo de atracción de talento: la endogamia, la escasa publicidad de las plazas a concurso, el patrocinio de los apadrinados por encima de la excelencia, gastos sin rentabilidad docente ni investigadora,… y un largo etc.

El acceso a los contratos postdoctorales deben dotarse de publicidad y establecer garantías, ¿todavía hay alguien se crea que para muchas convocatorias de contratados doctor y ayudantes doctor únicamente exista el candidato del área en cuestión?. Es evidente que el paro está bajando, pero no lo suficiente como para que en raras ocasiones exista concurrencia competitiva. A partir de ese momento comienza una carrera profesional a la sombra del gremio, que finalmente irá procurando que la plaza sufra las oportunas transformaciones en las diferentes etapas para que la consolidación de la misma sea para la persona que se había previsto. 

Por otro lado está la falta de una promoción profesional de calidad, quién no conoce a profesores de indudable trayectoria que son poco más que mil euristas, sin más opción que continuar comulgando con las directrices de la jerarquía, opción ésta que garantice su consolidación definitiva, o quién no conoce a doctores que se marchan a países de nuestro entorno buscando una carrera docente e investigadora digna y con posibilidades de consolidar una vida personal y familiar. No hay duda respecto a que el profesorado universitario debería estar mejor pagado, pero no menos cierto es que la exigencia y la concurrencia competitiva deberían ser también mucho mayor.

Después de muchos años en la universidad pública debo reconocer que he podido ver un poco de todo, desde aquellos que trabajan arduamente por ser un referente en docencia e investigación, precisamente a los que menos se ve, como también conocer y convivir con otros que se dedican a vender humo, aprovechándose de aquellos recursos que les permiten vivir del politiqueo universitario. Malos profesores, según las encuestas y las opiniones de su alumnado, pero que imparten conferencias en países latinoamericanos con gastos pagados, o que son nombrados para cargos académicos con el objetivo de engordar el currículum, medrar, tener capacidad de influencia y con un resultado en su gestión bastante cuestionable. Es por ello importante establecer mecanismos de valoración y control real de esta gestión, así como dotar a las universidades de instrumentos fiables para premiar o apartar a los que no cumplen con unos estándares mínimos de profesionalidad.

El 2018 ha sido invocado por muchos como un año para el cambio del sistema, el de la reforma universitaria por consenso, que coloque a la educación superior en un lugar de vertebración de las políticas de empleo juvenil, donde la Universidad sea la respuesta a las demandas de un mercado en constante evolución y con nuevos perfiles profesionales. Es terrible, sí, pero me temo que esta efeméride se quedará en el confeti, como todas las grandes celebraciones de Estado, mucha foto, mucho merchandising y grandes infraestructuras. El tiempo lo irá diciendo, pero ya empezamos a ver el boceto de este lienzo, y no es nada halagüeño, sólo hay que ver la falta de éxito hasta el momento en cuanto a los incentivos fiscales, eso sí, chapas, carteles y roll up tenemos para rato, eventos made in spain.

¿Es por tanto sólo una cuestión de financiación?, evidentemente no, hay muchos problemas relativos a la transferencia de investigación y conocimiento, de calidad en la docencia, de eficiencia en la gestión y de rentabilidad de las decisiones, de adaptación a los perfiles profesionales del mercado de trabajo… en definitiva, hay que hacer un análisis más exhaustivo que el de la mera financiación para diagnosticar los males de la educación pública superior.

Es difícil cambiar el régimen establecido, cierto, son muchos los que están muy cómodos con el mismo, es la manera de perpetuar su influencia mediante la necesidad profesional de los aspirantes y no por su excelencia, pero flaco favor hacemos al país en su conjunto con la continuidad de este sistema. Los que creemos en la educación como la mejor manera de trasformar la sociedad demandamos una reforma con profundo debate y con un análisis integral del modelo.
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